El Rey sin otros

 

 

El Rey sin sonrisas caminó bajo su capa y con el rostro cubierto.

Esa mañana, como todos los sábados,  las calles se alborotaban, se oían gritos, risas y llantos de niños, mujeres festejando y compartiendo charlas, hombres intercambiando productos y herramientas, quizá algún enojo por alguna transacción económica poco conveniente. En fin, las calles del pueblo, los sábados a la mañana se encienden con colores de la gente.

El Rey pasó al lado de  Juana la lavandera  y su gran vientre. Juana pensó “el Rey cubierto, no me felicitó por este nuevo embarazo”.

El Rey caminó entre soldados que habían llegado hace dos días de una misión, algunos estaban heridos, sufrientes. No los miró, y mucho menos les agradeció.

 

La madre del Rey se fue una tarde del Palacio, las últimas palabras a su hijo fueron:

- Me duele el alma, tienes...¡Corazón de piedra!

El Rey pasó al lado de su madre transformada en mendiga. Escupió a su paso.

 

Volvió pasado el mediodía. Llamó a su Consejero y pronunció su pensamiento:

-  Tenemos buen rumbo. Creen que  los miro y les presto atención,  y eso les alcanza para hacer funcionar mi reino.

 

Del otro lado, la mujer mendiga forma parte de una revuelta, y en su voz estalla “Queremos un rey con corazón”.-

 

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