Los antifaces




 Los antifaces


Había un ángel celeste sentado a los pies de la cama.

La cama de piedra era. Fría y dura; de más: fría.

- ¿Quién saborea sus sueños de antifaces ocultos? – Dijo el Señor Viento enredado.

Angelito Celeste se metió en el bolsillo el antifaz verde y el antifaz rojo. Su trabajo sin dudas, es

proteger a ese zorro.

Lengüita afuera, cuando duerme le cae hilito de baba. Las orejas parecen dos carpas marrones

donde guarda sonidos de monte escondido.

El ángel celeste con los ojos chiquitos del amor turbado, las alas caídas del amor indefenso,

mira al zorro, que sólo sabe de crepúsculos, y en una bocanada de nostalgia le dice:

- ¡Ay pequeñito! el verde es para asaltos mayores.

En la noche el aullido es más ronco que de día; entonces, los tonos bajos del zorro cuando aúlla

hacen música entre los pastizales amarillos, y los recuerdos de las cacerías con el antifaz verde se

acercan al ángel como un susurro.

De verde son las ranas, los lagartos y algunas víboras flacas, de verde se camuflan cuando el

estómago asalta a la razón. A las corridas en la oscuridad, que son solitarias y desconfiadas, le sigue

una gran mesa compartida, zorros contentos que aplauden y agitan coloridos antifaces.

- El antifaz rojo tiene manchas ¿Por dónde estuviste?

El zorro que duerme tranquilo, parece que entiende, porque agita los bigotes y mueve la nariz

como dando respuestas. Después, el sueño se calma otra vez. Angelito Celeste se acerca un poco, lo

cubre con un ala y le cae una lágrima.

Pero el viento que es dañino resopla otra vez las dudas que tiene:

- ¿Qué gusto tienen los sueños una noche serena como esta?

Angelito Celeste, que escucha clarito lo que el viento dice, juega con sus dedos por las telas que

están en sus bolsillos. Escucha y no niega, simplemente siente.

- Los sueños tienen los gustos que se tienen, los gustos que se quieren, los gustos que nunca

siquiera quisieras tener un rato en tu vida – se dice el ángel extendiendo cada vez más el ala,

como estirando una manta para cubrir y dar calor.

- Los gustos de armadillos e insectos quedaron pálidos en sus fauces hambrientas

- ¿Lo viste alguna vez? ¿desde cuando defendiendo ausentes?

- Aunque camuflado pase, todos por aquí lo conocemos, ¿o a caso soy yo el que tiene cara de

tramposo? ¿Me ves ocultando la mirada?

- Traigo su defensa, esta noche traigo su defensa. El agua del río también lleva inocentes y

nunca oí tus quejas bañando a la muerte.

Con los ojos cerrados el zorro parece más dócil. Y cuando distingue el fervor de su amigo,

en ese momento levanta la cabeza, mete el hocico buscando sus prendas, y vibra en el silencio

su canción final.

El ángel celeste recoge sus alas, y repleto de anécdotas pronuncia su ausencia:

- Dulces sueños aguará guazú.



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