MATERNA
“La rosa encrespada de tu cabeza
cambia el sexo de la piel,
y el fino retrato de la pared
cae
sumergiéndose
al centro de la red”.
Me dolía esa tarde, como ninguna, en el centro de cualquier pensamiento. Me senté con la espalda apoyada a la pared. Derecha. Las piernas cruzadas, las manos con las palmas hacia arriba, descansadas en las rodillas, en posición de meditación; trataba de calmar, serenar, dejar, soltar, fluir.
Aborto de la quietud. La risa carcomió lentamente a la desesperación. Habían ganado las dos rayas del test a esa crónica amargura de mis días.
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