Fue a pasear En memoria de Los Palos y de Titi Almonacid


Fue a pasear

En memoria de Los Palos y de Titi Almonacid

 

 Arriba, al barrio. 

Run Run se fue a pasear. Y no pidió permiso a su mamá.

Recorrió con los ojos negros, agrandados del vértigo del escape, esa calle para arriba y bien empinada.

Calle abajo no había nadie, nadie que pudiera decirle “¿A dónde vas Run Run?”

A la calle de arriba, llegó más rápido que volando.

Tenía tres barrios para entrar: en el de más abajo vivía el Monchi, en el de los edificios amarillos vivía El Negro, y Pato el de los anteojos de CQC vivía en los edificios bordó. Eran muchos departamentos para empezar a buscar a los chicos, pero…

-        A que, si pego el chiflido de las siete, los guachines se vienen.

Chiflido largo y con volteretas. Otra vez. Y otra vez por las dudas, y en el fondo de un pasillo se ve una cabeza y un chiflido que responde: 

-        ¡Bancame un rato, ahí voy!

Ese era El Negro, con los pelos duros y renegridos.

Más abajo, una corrida y aparece el Monchi con la lengua afuera y gesto de cansado, para decirle: 

-        Qué piola que venís, estoy con los otros ahí abajo

-         ¿Jugamos un fulbito?

-        No, no tengo ganas.  Tengo en la mochi un vino.

-        ¿Estás en pedo?

-        ¡No! Todavía no.

Carcajadas compartidas. Mientras, de la esquina se ven venir con pasos apurados a El Negro y Pato; los ven y apuran a la carrerita para encontrarse. Los cuatro amigos se tienden la mano para saludarse: choque de palma y de revés de la mano, puño con puño, y puño suave a la cara para cancherear la amistad.

-        ¿Qué hacemos Run Run? ¿Cómo dejaste que tu vieja te deje subir? – dice Pato.

-        Pedirle permiso ¿para qué? Ya estoy grande para andar dándole tantas explicaciones. Si me vine con ustedes, ni que anduviera de malandra ¡boludo! - contesta Run Run con tono seguro.

-        Sí, pero viste como son las viejas, a mí me rompe las bolas y eso que no vivo con ella… ¿o no, Pato? - dice El Monchi.

-        Si loco – Pato con todo el cuerpo responde-  la vieja de este te las deja hasta el piso….

 

Y el gesto con los brazos abajo y las manos que agarran pelotas bien grandes del aire hace que los pibes se despachurren de la risa.

 

-        ¡Andá gil! – dice El Negro con cara de preocupado- la mía es peor, la Roxi lo bueno que le sale es que a la tarde se copa y te ceba unos mates calladita. La caga el macho que tiene cuando llega, ese concha e su madre nos corta toda la onda…

-        Callate boludo, parece terapia de esas mierdas que vienen los asistentes sociales y se hacen los “te entiendo todo”, se van gastaste yerba en darle algo y te quedás con la misma bosta, porque no te tiran ni una caja después, ni “intervienen” para solucionar nada.

Pato es pura cabeza, piensa y dice lo que piensa. Nació para andar buscando explicaciones y para explicarles a los amigos que además del barrio: hay más barrios. La mamá da clases en la Escuela 320, es una maestra flaca con anteojos en la punta de la nariz, que le compra muchos libros; y Pato,  en la mochila,  anda con libros y cigarros. Cuando se fuma un pucho y convida, cuenta sobre la última lectura y cuenta lindo, porque alrededor se quedan boquiabiertos escuchando. Pero lo que más le gusta a Pato, es lo que viene después de leer, cuando empiezan las opiniones y los comentarios.

El Negro admira a Pato, dice que “tiene futuro”, pero su compinche es El Monchi. Los dos amigos, se juntan en el Edificio 21 con los otros pibes a las siete, ahí entre cajita de vino, birra y algún faso cuando pinta, pasan las tardes hasta la madrugada. Más de una vez alguno de los otros se pone de manos y hay que andar separándolos, tratando que la policía de ronda no aparezca en medio de la gresca y suba a alguien al patrullero.

El Negro se complica algunas tardes, ahora más seguido que antes. Y se le nota, cada día que pasa se enoja más rápido, hasta la piel le está cambiando de color. De eso se dio cuenta Run Run que le comentó a Pato:

-        ¿Viste el color que tiene?

-        Sí che, mi vieja dice que es el poxi. Este huevón le está dando a la bolsita y te parte el cráneo. No agarres, ¿eh? Mira que no salís de esa.

-        ¿En serio? Mirá que son pendejitos los que agarran y yo veo así pibitos- mostrando estatura con las manos- como el Jere que agarran la bolsita…

-        Y sí, se las venden a los más chiquitos y te juro que no viven mucho, palman al toque.

-        ¿Y éste? ¿Qué hace entonces? ¿No le dijiste?

-        Si le dije, pero me mando a la mierda, dice que es mentira, y después me batió “y para qué carajo quiero vivir mucho”. ¿Qué más le voy a decir?

Birra, escalera y después.

Los cuatro se fueron metiendo por los edificios bordó, buscando el 21, con la cabeza metida entre los hombros, los pelos en la cara. El Monchi, gorra al costado, dirigía el paso. Calle de tierra primero, laberinto de edificios de plan social, paredes pintadas con nombres y corazones, “las intocables”, “los chascones”, “chorros”, “culisueltas”, “yuta asesina” y “viva el Che”, con liquid paper escritos los nombres del amor, y ahí sin contradicciones el olor a orín en los recodos de las escaleras, restos de colillas, un papel de un bon o bon pegado con chicle en un rincón, los gritos de la gorda del departamento 215, un portazo y se asoma Candela con los ojos llorosos.

-        ¿Me rescatan? ¿Para dónde van?

-        A patear un poco -dice El Negro.

-        Vamos porque me tiene podrida de tanto grito… ¡Eh! Run Run, ¿Qué hacés acá?

-        Ni que tanto, acá con éstos. Pintate algo Cande, y se ríe mientras le pasa un dedo por la ceja.

-        Esta piola, es una sombra celeste que me compré, no jodas.

-        Es que te queda buena, es media flashera…

-        Y vos que la andás mirando… – Se ríe El Monchi, y siguen caminando.

Un par de hileras de departamentos más, cruzando el estacionamiento, hay un hueco de escalera permitido. En ese edificio vive un viejo comunista que participa de las agrupaciones convocadas en defensa de los derechos humanos. Pelo largo, atado con una colita y barba blanca, siempre el mismo pantalón y la misma camisa; la mujer es costurera, hace unos años compró muchos metros de tela de camisa a cuadros y corderoy marrón, con eso le hizo el “ajuar bolche”: diez camisas y diez pantalones iguales, para no andar dando cimientos al sistema con el comercio de la moda globalizada.

Víctor, que así se llama el viejo, deja que los pibes se junten en ese hueco de la escalera, pero con una única condición:

-        No me van a mear acá, respeto y tendrán respeto. “Códigos”, códigos tengo chicos, y ya saben, cualquier cosa que se les complique me avisan a mí o a Matilde.

Con el pacto sellado de palabras, mientras están reunidos bajo la guarda de Don Víctor, ellos y los otros, charlan y se sienten parte de ese lugar, a sabiendas que cuando surja otra cosa que se acerque a  una discusión, deben empezar a caminar la noche.

Después 

            El Monchi rescató de su mochila el vino prometido: en cajita, un tetra pack, de esos baratos que calientan el pico de los primeros temas, de las primeras charlas que tienen el sentido de pertenencia, unidad y corazón; algo así como el primer paso a la lealtad.

            Ese vino que parece poca cosa es un vino que te funde a los amigos. Como diría El Pato:

 

-        ¡Ma’ qué alcohólicos, fiera! Ningún alcohólico anónimo. Acá nos miramos y decimos las cosas que sentimos, y mirándonos la cara.

-        ¡Eh! libre pensador el guacho- ríe Candela

-        ¿Y la moto? ¿Y Candela? - dice el Negro. Y las carcajadas inundan el pasillo

Se escuchan corridas por los pasillos entre edificios. Primero no se asoman, a veces son normales en la noche. Pero Candela es curiosa, y los escucha más fuerte, como que vienen para este lado; entonces,  sale del rincón debajo de la escalera y pone el cuerpo atravesando el marco de la puerta del edificio. Alguien la empuja en la carrera y cae boca abajo en la veredita. Monchi se da cuenta que algo pasa y avisa a los demás. Candela se levanta y les grita que corran. Se asustan, no saben qué pasa afuera, sólo hay corridas y juntos salen a correr.

-        ¡Boludo! ¡Cae la yuta!

-        ¿Qué mierda hacemos? Dice Pato

-        ¡Corré boludo, corré! – protesta Run Run

-        ¿Para qué?  - y Pato corre tras sus amigos- ¡Volvamos loco! ¡Volvamos! ¡No tenemos nada que ver!

 Tres tiros al aire, uno certero.

 -        ¡Volvamos loco!  Volvamos, no tenemos nada que ver. Pato lo abraza y llora.

             Candela cae de rodillas. Monchi y el Negro siguen corriendo. Los otros ya no se ven entre los edificios.

Run Run empujó el miedo y siguió…llegó a su casa vestido con flores.

Los diarios dicen cualquiera

 Después. No importa. Una mierda.

 

 

 

 

 

 

 


 

 





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