Se escribe en mí (argumentos)








Escribo MAMÁ en letra grandota y rígida. Ahí está Sandra, mi hermana, aplaudiendo mis logros.
Los carteles de la calle y las etiquetas de botellas no se escapan a mi codicia. Sandra tiene paciencia, a los once años sabe mucho, mucho. Pega en un cuaderno azul figuritas que recorta de las Anteojitos, hace signos, me explica, me cuenta... y yo sumo figuras y pongo palotes al lado.
- Cuando vaya al jardín voy a ...
Jumper turquesa, pantalón azul, dos colitas y un flamante maletín azul con Mickey y Pluto: ¡foto!
Ya sé leer y escribir. Mientras la señorita Luisa nos lee cuentos en jardín, en serigrafía completa páginas para anexar a dos cuadernillos: "¡Chuf Chuf!" y "Din Don"; entonces, me doy cuenta que esos son mis primeros libros, ¡míos!¡Míos!¡De nadie más!
Papá llega tarde de trabajar, es tan hermoso mi papá. Me gusta porque tiene el pelo oscuro y muchos rulos, y se ríe con boca gigante. Lo llamo, lo llamo, le insisto, le ruego... se sienta a mi lado en la cama:
- Dale papi, contame cuentos.
Y papá, que lee sólo el diario los domingos... pero, cuando era joven escribía letras de tango con un amigo, me inventa historias y cuenta chistes y hace muchos dibujos de autos y personas tan cuadrados como hierros soldó en el día.
En mi casa tenemos una colección de diccionarios de Sopena, un diccionario Larousse, y una colección de cinco libracos enormes de "Mi Libro Gordo de Petete". Esos son mis compañeros de horas perdurables de pasar hojas, descubriendo palabras y hacerlas jugar; con el tiempo, ya de grande, me di cuenta que tenía un César Vallejo dando vueltas en el corazón.
El Petete me abstrae,  me lleva a larguísimos viajes entre el Antiguo Egipto y las figurillas de faraones, me  traslada a los pueblos originarios y a la alfarería, después Miguel Ángel, luego al pintor de las luces y las sombras (Velásquez de marrones), al pintor de las bailarinas (que es Degas), a Van Gogh y su locura de oreja, a San Francisco de Asís y las capillas reconstruidas, a García Lorca en esa página colorada que dice "la Carmen está bailando por las calles de Sevilla, tiene blancos los cabellos y radiantes las pupilas..." Ah! ¡Qué belleza de gitana! y me pongo un pañuelo en la cabeza y muevo las manos,  arriba de la mesa  el zapateo ¡Olé!
A estudiar, vamos a la escuela ¡que ningún acto se quede sin mí!
La seño de quinto grado me regala un diccionario para la mochila, y escribe "para la poetisa del año". Desde ese momento, todos los poemas que escribo se guardan en un sobre azul. El primero es "El zorzal", se lo regalé a mamá en un cumpleaños, es para ella que ve los zorzales hospedarse en el cerco y ellos la ven y le cantan melodías de otoño y de invierno.
Libros... necesidad de libros. No hay mucha plata en casa y cuando se pudo aparecieron "Annie", "Fabiola" de Nicolás P. Wieseman, "Martín Fierro", "Las lunas de Juan Luna", "Los extraños", "Platero y yo".
En la escuela, la profe Graciela de Caíno me hizo escribir en primer año: le llevé todos los poemas del sobre azul;  y entonces, nadie pudo frenar esa exaltación de la tinta y los diálogos de la memoria joven y los sueños de milongas y rock and roll.
Fuenteovejuna llegó con mi hermana en una rebelión, Mariana Pineda se desvistió en mi cuarto y jugamos a la libertad bordando banderas para la revolución, Mario Benedetti se metió en estampida y por su culpa llegué a los versos de Oliverio Girondo "llorando a lágrima viva", y a los de André Bretón en esa "Unión libre" con esa mujer que quería ser yo... y Pablo, mi Pablo, ese Neruda marcando a fuego a esa adolescente que quería entrar a "Los versos del Capitán"... y una vez entré con "Trilce" (de Vallejo" dejando los huesos helados; pero esa es otra historia que no tiene las botellas de colores de la casa de Valparaíso.
Pero como era tan extraña a mí misma, con desbordes emocionales y delirios es que "La luna con gatillo" me puso cascabel como al gato cuando me dijo:
"subiré al cielo
le pondré gatillo a la luna
y desde arriba fusilaré al mundo,
suavemente,
para que esto cambie de una vez"
Éramos varios los locos (Laura, Melissa, Aretí, Cecilia, Gastón, Miriam y su hermana la colorada, Claudia y el que quisiera) que nos juntábamos los jueves a leer con "Juan de los Palotes". "Juan de los Palotes" éramos la editorial autorizada para hacer la revista "Proyectos", revista por excelencia de las escuelas secundarias que publicaba todos los proyectos del CBU, los escritos todos, los dibujos y las ganas y las revueltas del alma.
Y "hasta el mar en tu nombre" no dejé verso sin saborear. El chico que tenía el mar en su nombre me encontró en la esquina de mi casa, nos fuimos con "la nueva sangre solidaria" a leer Marx y cualquier artículo político que apareciera entre los diarios más zurdos... bueno, eso creíamos, queríamos ser " a la zurda más que diestros" como nos cantaba Silvio en ese "ojalá" alargado en el "sueño con serpientes". Siempre mirábamos por las tardes el cuadro de Chagal con esa mujer del sombrero.
Así, "como el perro ladrando a la luna" llegué a Rosario que me dio la oportunidad de cruzarme en las calles de los bares con Fontanarrosa. Como yo digo: entre el azul del "cuartito azul" y la luna terminé en la Facultad de Psicología leyendo "Totem y Tabú" y me convertí en una psicobolche de bolsillo. Ahí es cuando entraron en juego "los dados eternos" con ese peruano que inauguró el útero: "Dios mío, si tu hubieras sido hombre, hoy supieras ser Dios"... y "el grafo, el más poético instalose en el cuerpo"... mi Amaru llegó con alas, de ese modo millones de poemas y canciones quedaron como regalos en nuestros corazones.
Porque "es tan corto el amor y tan largo el olvido" no quise escribir nunca más.
Después de mucho caminar sin letras, el señor rulitos Skliar me sedujo una tarde de Conferencias, para esa hora sólo escribía textos explicativos, y como me sedujo: lo dejé en la biblioteca de mi casa.
Mi biblioteca es un rejunte de libros infantiles, juveniles, psicoanálisis y apuntes ajados; en esamezcla, el otro día apareció "la perra recién parida, de orejas puntiagudas" que de tanto mirar ojos celestes se quedó en mi casa cuidando a Catalina, que para decir verdad y parafraseando al poeta Cantilo, "tiene la rutina" de chuparse todos los libros, los nuestros, los de Amaru y los míos, que encuentra en el camino de la cama a la mamadera.
Así es, lisa y sensatamente: leo y escribo porque se escribe en mí.


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